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¿Y qué con ella? Una de las cosas que más se nos hace presente de este espejismo cultural actualmente tiene que ver con lo que se dio en llamar feminismo, encarnación básicamente postmoderna. Después de mucho tiempo de pensarse a la mujer como la pasividad, la debilidad, lo misterioso o lo abierto; surge una nueva alternativa desde la mujer misma que intenta lograr una explicación, un entendimiento y una valoración diferente. Se aboga por la igualdad y posteriormente por la equidad de género; se lucha por los derechos de la mujer, por desmitificar su rol pasivo, valorarse como igualmente capaz y acceder a las mimas oportunidades que el hombre. De tal modo que a una epistemología tradicional se le antepone nuevas alternativas para conceptualizar a la mujer.
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Pero en verdad, ¿qué tanto ha cambiado el feminismo a la mujer?
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Ciertamente el feminismo ha cambiado muchas cosas, claros ejemplos podemos mencionar el voto femenino y el arribo de la mujer a las universidades y a muchas profesiones antes sólo para hombres. No obstante pareciese, en cierto grado, que muchas formas a las que la nueva epistemología se oponía aun prevalecen dentro de los mismos posicionamientos de la mujer misma. En especial a algunos de los que se le consideraban más peyorativos, como la pasividad, la incapacidad y la debilidad. Pongamos por ejemplo las demandas femeninas y la nostalgia por la caballerosidad de antaño perdida.
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A modo de reclamo, se le suele inculpar al hombre de tomar ventaja del discurso de la igualdad de género para desatender sus obligaciones y buenos detalles debidos a la mujer. Un poco como si el hecho de que los hombres, desde su diferencia, tengan que mantener (aún) tratos distintos a hombres y mujeres, pero solo los que se consideran positivos y están incrustados dentro de la moral de las buenas maneras.
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Gran parte de la caracterización tradicional de la mujer tenía que ver con un rol pasivo: la actitud de la espera, el semblante de lo que es conquistado. Otro más tenía que ver con lo débil e incapaz: lo que puede menos, que es más frágil, necesita de la fuerza y potencia de otro lado, por tal tenía que ser protegido, ser especialmente considerado. Y como en toda civilización lo potente tiene que cuidar y velar por lo desprotegido, la conclusión era natural: si el hombre es lo fuerte y la mujer lo débil, el hombre debería de dar una especial consideración a la mujer.
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¿Al final, qué acaso la expectativa de la caballerosidad no es una forma prevaleciente de estas formas tradicionales de considerar a la mujer? Y es que en cierto grado la mujer aun prevalece en un estado de espera. Por eso es que usualmente puede ser víctima del no ser llamada, el no ser valorada o tomada en cuanta, en síntesis el no ser mirada.
¿Al final, qué acaso la expectativa de la caballerosidad no es una forma prevaleciente de estas formas tradicionales de considerar a la mujer? Y es que en cierto grado la mujer aun prevalece en un estado de espera. Por eso es que usualmente puede ser víctima del no ser llamada, el no ser valorada o tomada en cuanta, en síntesis el no ser mirada.
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¿Por qué esperar a que el otro le abra la puerta, page la cuenta, le llame y le invite al cine; y enojarse o sentir desatención si ese otro no lo hace o ni siquiera le interesa?
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Es curioso que lo que se caracterizaba sobre la pasividad de la mujer, se suela recrear en una esperanza del hombre que algún día llegará a cuidar de ella. Un poco como cenicienta: ser rescatada del mundo hostil gracias a sus encantos y belleza. ¿Y para qué ser un objeto de deseo, cuando puede ser también un sujeto que desea? Qué sí lo es, aunque muchas veces se desista de demostrarlo y sobrereaccione con sorpresa cuando otro hace alarde de ello con patente violencia.
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Tal vez el feminismo no llegó tan lejos en algunos casos y en ciertas culturas; especialmente ahí donde los roles de género podían ser drásticamente alterados.
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Sería interesante ver una nueva manera de entender a la mujer (y de ésta de posicionarse). Ya no como la victima de un machismo ejercido por el hombre (figura que además patenta la situación de un ser transgredido por la voluntad de otro). Al final ni ha sido la única víctima de ese machismo, ni ha sido la parte pasiva de esa forma social, por más que se insista en verse como tal. Mil y un formas pueden ser, después de todo: los géneros son invenciones sociales siempre en movimiento, siempre cambiantes.